martes, 23 de septiembre de 2008

Aguila y Cuervo

Durante las épocas de cálido verano en una región muy hermosa de Italia, surgieron de improvisto desde la altura vertiginosa de una montaña sometida al inclemente viento seco, dos criaturas imponentes por su belleza tanto en su gracia al volar como por el estupendo plumaje que ambas poseían. Una de ellas era un cuervo y la otra era un águila.

Un día en especial, teñido de forma extraña por el intenso estupor bochornoso del aire sofocante, las dos aves surcaron los cielos en busca de presas tal como lo hacían frecuentemente, pero ambas tenían la sensación de que ciertas cosas no andaban bien por aquellos parajes europeos.

Al sobrevolar parte de la falda de la montaña casi hasta llegar a la llanura subsiguiente, el cuervo advirtió la huida frenética de una gran aglomeración de animales silvestres entre zorros y conejos, algunos osos y eventualmente uno que otro armadillo. La razón desconocida por el momento inquietó al cuervo a buscar un refugio específico donde esconderse y desde allí investigar el motivo por el cual todos habían abandonado la montaña con tanto temor.

Sin embargo fue el águila, el que se dio cuenta después de seguir por algunas horas al cuervo, que el lugar donde habían estado toda su vida no resultaba ser una montaña cualquiera sino era mas bien un volcán a punto de hacer erupción.

Evidentemente, la región en los alrededores comenzó a temblar con tal vehemencia que el cuervo en medio del pánico decidió salir de su guarida por temor a que alguna mala roca fuera a aplastarla pese a que el águila conservando siempre la calma le había conferido el hecho de que ambos estaban en un lugar muy seguro y que ante aquella dificultad solamente les restaba esperar con mucha paciencia.

Pero el cuervo, no confiando en lo que le decía su compañero, salió volando despavorido hacia lo alto del volcán. El águila se quedó en aquel refugio por un largo tiempo, tres o cuatro semanas soportando el más cruel estado de hambruna y de tristeza al encontrarse completamente solo aún cuando por propia voluntad había decidido quedarse allí.

Finalmente, el águila estimulado por el sonido estruendoso de muchos animales en su habitual recorrido, salió de su reclusión y volvió a recorrer los extensos paisajes que se abrían paso ante sus ojos. El suelo estaba cubierto completamente por cenizas endurecidas y muchos de los árboles que allí habían crecido desde hacía muchos años quedaron quemados, sin ramas y sin follaje. No obstante, a través de la gran alfombra de ceniza y rocas negras comenzaba acrecer de nuevo el prado reverberante que siempre había caracterizado a esa región italiana. Nuevas flores, nuevos arbustos, nuevas plantas que no demorarían en dar sus frutos. Realmente, tras la erupción vino una gran bonanza que todos los animales incluyendo el águila disfrutaron constantemente. Solo lamentaron la pérdida del cuervo cuyas magníficas plumas se encontraron enterradas bajo la ennegrecida tierra.

Los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán.

Isaías 40:31

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